viernes, 22 de mayo de 2009

Pilar Romano (Argentina)

Viento norte

El viento norte torturándote durante todo el trayecto y vos loca, impotente, odiándolo… entrás en la cocina y te parece más grande, desmesurada casi… te acomodás el pelo mientras mirás ese mundillo en el que solés moverte durante varias horas, en el que tenés que moverte durante varias horas… “delantal” suena a cosa con filo, a puñal, te decís tontamente.
Empezás a moverte recordando que odiás también los días en los que tu nuevo horario no coincide con el de él; durante un rato no sabés qué hacer y no es porque lo extrañes, a ese tipo de persona no se lo extraña, es que la casa sola parece existir de otra manera, de una manera que te inquieta, acostumbrada como estás, a estas alturas, a compartirla con él. Y para colmo el viento norte soplando desde la mañana. El infierno debe oler a grasa te decís mientras tomás a desgano el trozo de tela que suena a cosa con filo y anudás las tiras por detrás de la cintura. Ves la botella y te servís un trago, aunque sea a él a quien le guste beber. Cognac. Treinta y tantos grados de alcohol pasan por tu garganta y llegan incendiarios a tu estómago. Te sentís estúpida por haber tomado por tomar, debiste haber elegido un trago fresco en ese mediodía con vahos de fiebre. Pero pensás que el cognac es de mujeres de mundo y eso te hace sentir bien… “bourbon” suelen pedir algunas de esas mujeres en las películas. Te ves con la copa en la mano y delantal, ni siquiera está del todo limpio el delantal y tropezás con la ridiculez. Otro sorbo y decidís salir luego de desatar el nudo en la cintura.
La calle recibiéndote sorprendida y ya con menos viento; ¡hola! saludás al viudo que llega a su casa contigua a la tuya…hola, cuando siempre le has dicho buenas tardes. Y te das cuenta de que él se ha dado cuenta, pero no te importa. Ni siquiera te importa adónde vas ni porqué decidiste salir en vez de lavar los platos que huelen a infierno.
No es una queja, nunca te quejás. No te quejaste cuando tenías seis años y tu madre se fugó con aquel músico de la banda de policía. Ni en otras ocasiones, a los catorce, a los dieciocho…tan sólo sabes que sos la mujer que no deseaste ser. Sobre todo te das cuenta cuando sopla el viento norte y frena el vuelo de tu imaginación y a la luz de la realidad todo te parece insoportable. Mirás a la joven que camina contoneándose y notás que lleva un paraguas, entonces te olvidás de envidiarle el contoneo y pensás que puede llover. Diez o doce pasos más y ya sentís las gotas que también han mojado al carnicero que se apura en cerrar su negocio y tropieza con vos, te repugna el olor a carne cruda que con el hombre mojado huele peor y sentís un incontrolable deseo de no seguir caminando por esas veredas, entre gente que corre y se atropella.
El bar es lúgubre pero benévolo y no te importa ese olor desagradable, olor a decadencia, el mismo que envuelve a dos putas que se acomodan en la barra. Notás que ellas notan que no sos una de ellas y te importa. Hasta ahí no te ha empujado el viento, pensás. Pedís un whisky, siguiendo con la intención de ser mujer de mundo y el suelo inicia una especie de oleaje, inquietándote, trayéndote una sensación más rara que la que sentías sola en la cocina. La visión de la cocina sin horizonte te acerca una sensación de naufragio, casi ves cómo se hunde el sueño de vivir un amor de película, o de barrio al menos, de ser admirada, de recibir miradas con dulzura y que el estar en la cama con tu hombre no te parezca tan sólo un inevitable camino al manoseo y al olor a grasa de motores… casate con él o te vas de esta casa, qué más querés que un muchacho con un taller mecánico… Y sentís que empiezan a rodearte mariposas enormes con alas moteadas de negro y azul.
Y un poco más allá el hombre. Un desconocido, mojado pero pulcro, mirándote con algo de la dulzura que siempre esperaste. Y sostenés su mirada.
-No puedo pagarte- dice, porque no sabe. Y lo seguís, llevándote la mirada de las otras.

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