viernes, 22 de mayo de 2009

Andrea Álvarez (Venezuela)

Y me atrapan…

Esos ojos que flotan
entre las cuencas vacías.

Sus cuerpos
en otro ciclo, parsimoniosos.
Semejan árboles en otoño
mecidos por los presagios del viento
-siempre en un mismo sitio-
Se doblan.
Los dobla la quietud de su silencio.
Se doblan en siete
como jinetes del Apocalipsis
con un cataclismo en cada hueso.

Sus piernas tiemblan,
se arquean
se arquean y caen
de rodillas.

También yo me arrodillo
como si el lamento
de toda la miseria del mundo
me arrastrara con su sombra.

Tránsito a la nada

Agolpados en silencios abstraídos
todos los ojos enfocan
la gran caverna
Esperan
El monstruo
que devora kilómetros
asoma, se detiene
y por sus fauces abiertas
traga los cuerpos aglutinados,
pegados a si mismos
adheridos a los otros.

Alguien roza mi trasero
se cimbra mi templo
de huesos, carne y ansiedad.

Finalmente
un destino compartido hacia la nada, al vacío
sin una sonrisa benévola
donde macerar nuestros hastíos

Reos

En guarismos cualquiera
los dialectos apilados se conjugan.
La virtud humana se enajena
antagónica al presagio de sus reos.
Barrotes
hombres
bestias
Trasfondo azul de desteñido estiércol.
Se acuartelan las injusticias
que simulan escarmientos.

Disemina su sombra el arbitraje,
es monólogo de quietud que la resigna.
Es la obscenidad claustral de un fogonazo
en una lágrima madre.

Se aleja y allí queda
la sangre de su sangre en cuarentena.

Quizás sea eutanasia.

“os convocan a la guerra
para que toméis posesión de esa tierra,
a la que dais vuestro sudor, pero que os niega
sus frutos porque habéis consentido
con vuestra sumisión”
Tierra: Ricardo Flores Magón


Ya preparé el sepelio a mis dudas.

Es éter la mortaja.

Pagué con cada cuota de mi aliento
al viento enterrador de mis mañanas.

Soplaron sus euforias
hacia el fogón del cielo.

Me han calcinado viva.

Soy polvo en las ventiscas
inmoladas
al viento mis semillas.

De púrpura los ojos.

Prendida en las sombras de la aurora
agitan las tinieblas.

La ira ondula sobre un pergamino de llanto
y desde el ínfimo albor de sus candiles
la golpea.

Fuego iracundo de alma
contra la integridad de su esencia .

Enclaustrada en sus propios escollos
la cólera invidente
remonta la expectación de su mundo
desde un ojo purpúreo en la tiniebla
que suele ser un grito de la noche
a expensas de un cobarde
que deja caer su sombra
sobre la luz del sosiego.

Se esparce en dobleces e injusticias
mientras ella oculta
su contusión de ojos y purpúreo silencio.

Aliméntame

La tierra tiene sangre,
sangre negra
y venas y piel y fruto.

El hombre
un sentido de reproducción
sobre todas sus planicies.

Pero también tiene –intuyo-
un hoyo metálico en la boca del estómago,
hambre
y mucha soja para mitigarla.

Exquisitos manjares de hidrocarburos
al plato.

Nichos de explotación

No sólo quieren caudales.

No sólo les exprimen las vísceras
para sacar oro de sus entrañas.

También les encajan
un estilete en el ombligo -Al nacer-
una estampilla de azogue
con cuyo filo
les hipotecan el alma

Nadie ve nada
Nadie escucha nada

La muerte es una sombra millonaria.

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