viernes, 22 de mayo de 2009

Patricia Oroño (Argentina)

El ruido de las mandarinas

Llegan temprano, solos, con algún perro, un amigo o algún hermano.
Llegan y esperan poder sentarse minutos antes del almuerzo.
Comen quizás, la única comida del día.
No hay mayor ahí al que pertenezcan, salvo las mujeres encargadas de la cocina, la mujer de la biblioteca y nosotras mujeres de paso.
Pelan las mandarinas y desparraman sus cáscaras por la vereda.
Ellos limpian sus mocos con los puños, mientras arrastran las zapatillas un número más que sus pies.
Niños, yéndose camino arriba, camino abajo, con mandarinas, zanahorias y zapallo.
Hay ruido en mi cabeza, el ruido que hacen las mandarinas que ellos se están llevando.
Remontan barriletes, respiran tierra, aguas servidas, mientras los barriletes suben.
Me voy, pero no me voy sola, nunca me voy sola.

No podía de ninguna manera decir que no

No podía de ninguna manera decir que no, a la barbarie, a los nadie, a las noches en vela que suceden por no saber cómo seguir cuando las puertas se han terminado.
Decir no, hubiese sido morir entre tanta flor viva todavía.
Decir no, hubiese sido coser la garganta.
Decir no, hubiese sido tomar alcohol y no beber.
Decir no, hubiese sido más dolor.
Decir no, hubiese sido no tener sangre en las venas.

Poema dedicado al Padre Carlos Mujica

Al hombre de la villa
hubo que bajarlo
sirvieron sus fieles, sus rezos,
su lealtad, su fe.
Pero al hombre de la misa
tuvieron que bajarlo.
Se le había dado
por querer al pobre
por hacerlo parte
que ingenuo fue
no quiso ver
que desde tiempos antes
los nadie no deben dejar
de ser nadie
los nadie
no deben poder pensar
los nadie
no deben poder decir
los nadie
no deben poder estudiar
los nadie
no deben tener dignidad.
Supo el hombre
la mentira
y hubo que bajarlo.
De no haber sembrado
quizás la muerte hubiese tardado
un poco más
pero en el aire todo se sabe
y en el tiempo
nada se diluye
si fue escrito en la piel,
en el alma, en el hambre,
en la sed.

Al hombre de la villa
hubo que bajarlo
para que no muriera de pie.

Fin del viaje

Escribir sin apuro igual que la caída del sol en ese lugar descampado al mundo.
Escribir como quien baja a un país que no es propio pero es real.
Escribir para consuelo de uno.
Escribir desde el alba por la mañana que aún no llego.
Escribir desde ese beso de quien no volveremos a ver.
Escribir después que el frío pasó dejando árboles como restos de huesos de lo que fue.
Escribir sin motivo para que el pensamiento esté presente.
Escribir porque el sol que vi allí fue el primero.
Escribir sobre personas que no conozco pero que también soy yo.
Escribir y describir lo que en otro tiempo fue campo para después ser refugio, brasero, lugar.
Escribir y no poder y no querer explicar la magia.
Escribir y que sea real.
Escribir y extrañar volver.
Escribir desde un cielo que es el mismo, desde un dolor eminente, desde una garganta que no es la mía.
Escribir y que parezca sencillo.
Escribir con dignidad lo indigno.
Escribir en silencio y volver callada.
Escribir y creer que es desde la distancia.
Escribir y descansar mientras escribo sobre los que no descansan.
Escribir el frío, el ardor, la ignorancia, la sabiduría.
Escribir sobre ellos mientras escribo sobre mí.
Escribir por ser nadie y ser todos a la vez.
Escribir porque nos iguala.
Escribir para volver siempre.
Escribir la intemperie.
Escribir el recuerdo de aquel domingo, donde ellos almuerzan en familia, con amigos, y darnos cuenta, con pena, que nosotros perdimos el ritual.
Escribir en la seguridad de que nunca diremos todo.
Escribir sobre la sencillez de la carne sobre el fuego, el amigo que te recuerda y el Cacho que se trajo a la Blanquita para no estar solo.
Escribir sobre la enfermedad que sucede igual pero se cura diferente en los que menos tienen.
Escribir en la esperanza de que ellos sean memoria.
Escribir y a la vez recordar todas las miradas posibles para perderse en ellas, porque perderse en esa instancia da vida.
Escribir por omnipotente, plaga, dolor.
Escribir porque la vida, entre la tierra, está en todas partes.
Escribir como respirar tierra, estirar la mano, yendo cuerpo a cuerpo a pelearla siempre.
Escribir las miradas que no se ven.
Escribir lo que no se ve.
Escribir por que hubo otros, que dijeron, escribieron, pintaron, retrataron el dolor con pasión.
Escribir porque hay sueños que están esperando por lluvia.
Escribir porque cada vez entiendo más.
Escribir porque hay miradas que no se pueden describir.
Escribir para que amanezca.
Escribir a pesar de la existencia de almas que no sabrán nunca que hay otras almas.
Escribir para que la desolación, el frío, la miseria, sean paisaje.
Escribir para no perder la esperanza.
Escribir y que sea pecado.
Escribir de rodillas cada uno de los días.
Escribir desde la desolación.
Escribir en abundancia.
Escribir porque hay otros mundos todo el tiempo.
Escribir un libro que no encontrará su final porque quienes poseen la solidaridad como único poder seguirán en este mundo siempre.
a Julio Quiroga por amigo

2 comentarios:

  1. Amiga: Leer tus versos es un placer.
    Siempre es así.
    Siempre.
    Hay palabras que no se pueden escribir. Son sentimientos, es admiración. es encontrar en cada letra, el perfecto lenguaje de los que saben de qué se trata.
    ¡Bellisimo!
    Logras llevar al lector, con su mirada, hasta el final de tus ideas. hasta el punto final que cierran tus versos.
    Un abrazote sincero de corazón a corazón, unidos por la amistad.

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  2. pude entender esa mania de escribir las coas,la ropa ,las paredes
    esa vez q m contaste de tu habitacion y tu misma mania
    pude entenderme
    cuando te mire a lo lejos
    cuando me mire de cerca
    gracias por ser y hecer
    tal cual eres
    tu hija

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