viernes, 22 de mayo de 2009

Norma Segades – Manias (Argentina)

Lilith

“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla; manden en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra". (Génesis 1:27-28)

En la tarde proscrita,
la penumbra de mi encolerizada cabellera
-como magma o demencia o llamarada-
eriza rebeliones primitivas en el profundo abismo de mis ojos.
En la tarde proscrita,
mi locura,
enfrentando excluyentes reglamentos que me niegan posturas, actitudes,
en mitad de batallas a destajo bajo los laberintos del insomnio.
En la tarde proscrita,
mientras rugen los tigres sus hambrunas de arterias
y ocultan las gacelas sus cuellos palpitantes
y un vendaval de esporas se proyecta en descargas de amores migratorios
porque la vida trepa en el silencio como un enredadera clandestina que avanza entre los muros de la gracia
sin que nada se oponga
o la detenga
o avasalle su pulso borrascoso;
expongo ante la voz que no me nombra
este ímpetu de sangre avasallada por lunas desprolijas y cauces sin cordaje,
esta furia de afrentas arbitrarias renunciando al alivio del sollozo;
notifico a la voz de las ausencias
que no acepto
ni admito
ni consiento que el hombre que me dio por compañero,
ajeno a la exigencia de mis muslos,
violente complacencias y cerrojos;
porque yo soy Lilith,
hembra salvaje abdicando a calladas mansedumbres,
a esta ultrajante furia de mordazas que corroe el idioma primigenio amasado en los úteros del lodo;
yo no seré la esclava que obedece el mítico capricho del aliento,
no viviré cautiva del ultraje
aunque deba expatriarme en las orillas donde naufragan voces y demonios.

Balkis

“Y el rey Salomón dio a la reina de Saba todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados.” (1 Reyes 10:13)

Mi piel tiende un aroma a sombra pulcra,
a tiniebla compacta,
a nigromancia
rondando la orfandad de los capullos mientras desmayan frutos los olivos
y estallan de silencio las almendras.
Soy Balkis.
Soy la reina de Abisinia vagando sobre el lomo del desierto
y bebiendo horizontes,
duna a duna,
en búsqueda de lazos, exenciones, convenios comerciales, indulgencias,
porque su pueblo embiste
avasallando filiaciones, esencias, dignidades
con mandatos de necios veredictos rugiendo intolerancia a borbotones,
desnudando la voz de su inclemencia.
Soy Balkis,
la extranjera de sus ritos,
la que pronuncia leyes y conjuros con cadencia de muslos desvelados
cimbrando
sobre frágiles tobillos
el sinuoso ondular de las caderas;
la del vientre fecundo
y las miradas propicias al encuentro
como un muelle
donde amarrar el credo sin estatuas que patrocina filos arbitrarios sobre las libertades de las hembras.
Soy la reina de Saba,
con mis labios rubricaré los rollos de la alianza;
con mi lengua de cálidas caricias tutelaré jadeos y gemidos
hacia un encuentro de pupilas ciegas
entre un crujir de fuegos escarchados,
y el trémulo holocausto de la carne agonizando dentro de los cuerpos,
en las postrimerías del delirio,
cuando el sollozo agreste del esperma
engendre,
en la oquedad hecha misterio,
la filiación de astucia contundente que funde otro linaje,
otro destino,
otra estrategia para andar la vida con la sangre por toda contraseña

Débora

"Las aldeas quedaron abandonadas en Israel, habían decaído, hasta que yo Débora me levanté, me levanté como madre en Israel." (Jueces 5:7)

Entre Rama y Betel
bajo una palma
administro la voz de la justicia
y nadie se aventura a censurarme
a pesar del gravamen de mi sexo cercado por costumbres y prejuicios.
A mi lado
los hombres de Israel que fundaron los días de la sangre,
del escudo
y la lanza
y el coraje expuestos a la furia
en los combates ofrendados al dios del exterminio;
a mi lado
las tropas israelitas
que vencieron las sombras de los miedos,
que enfrentaron la heroica rebeldía de las resueltas tribus cananeas
resistiendo despojos
y designios
intentan desterrar
de sus atuendos
los desvelados rastros de la angustia donde acontece la supervivencia,
intentan desterrar
de sus miradas
la austera dignidad del enemigo.
Mientras lloran las madres de los hijos
que sembraron el campo de batalla con sus valientes corazones rotos
por causa de una tierra conquistada a golpes de traición y latrocinio.
Mientras lloran las madres su agonía
sobre las orfandades
y las ruinas
y el horror de la tierra mutilada
y los sueños,
los pactos,
las promesas yaciendo a los costados del martirio.
Soy Débora.
Yo juzgo y profetizo.
Llevo sobre mi espalda el privilegio de haber guiado a Barak a la victoria.
Por mí el pueblo celebra
y agradece
cantando la impiedad del regocijo.
Bendito será el nombre que me dieron hasta el final de todos los oráculos.
Pero hoy no puedo alzar mis alabanzas.
Hay muñones de muertes absolutas corrompiendo el altar del sacrificio.

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